Buscando la felicidad a través del cuerpo ideal

Estamos en un momento del año en el que aparecen planes y actividades donde mostramos nuestro cuerpo más de lo habitual. Esta exposición puede ser un momento incómodo para muchas personas, incrementando la preocupación por el cuerpo y la apariencia física. Esto puede llevarnos a poner en marcha conductas para esconder y/o “mejorar” nuestro cuerpo y, en muchas ocasiones, dejar de hacer planes que disfrutamos por el malestar que la exposición de nuestro cuerpo nos genera.

¿Cómo se desarrollan y se mantienen las creencias sobre nuestro cuerpo?

A lo largo de nuestra historia de vida desarrollamos creencias sobre nuestro cuerpo y sobre el cuerpo de los demás, pero también sobre cómo debería ser o cómo nos gustaría que fuese. Todas estas creencias se activan en situaciones presentes, por ejemplo, cuando me miro en un espejo y la imagen no se corresponde con la que me gustaría tener. Esto desencadena pensamientos automáticos negativos sobre nuestra apariencia física (“Que brazos más feos tengo”, “Estoy horrible”, “Con este cuerpo nadie me va a querer”), los cuales generan emociones desagradables hacia nosotros/as mismos/as y hacia nuestro cuerpo (ansiedad, enfado, tristeza, vergüenza). Para disminuir ese malestar, se llevan a cabo conductas desadaptativas encaminadas a conseguir el cuerpo que deseamos, como restricciones alimentarias o la práctica de ejercicio de manera obsesiva, entre otras.

Las experiencias pasadas y la presión social contribuyen a desarrollar una imagen corporal negativa, pero todo esto es mantenido en el momento actual por diferentes conductas:

  1. Conductas de atención selectiva hacia las partes de nuestro cuerpo que no nos gustan, exagerando su importancia.
  2. Conductas de evitación para no mostrar nuestro cuerpo. Por ejemplo: no llevar determinada ropa, sentarnos de determinada manera, evitar mirarnos en el espejo o no ir a lugares donde tenemos que exponer el cuerpo.
  3. Conductas de comprobación y confirmación para ver si nuestro cuerpo ha cambiado. Por ejemplo: mirarnos repetidamente en el espejo, mirar fotos antiguas o pesarnos a menudo.

Estas conductas son eficaces a corto plazo porque alivian nuestro malestar, pero dedicar tiempo a pensar en cómo ocultar esas partes que no nos gustan o evitar planes por miedo a exponernos, hará que se refuerce la creencia de que “tengo un cuerpo del que avergonzarme” y se repita este patrón en situaciones futuras.

Todas estas creencias sobre nuestro cuerpo las hemos ido aprendido a través de las interacciones en los diferentes contextos (familiar, relaciones de pareja, amistades y redes sociales, entre otros). Es importante destacar la influencia de las variables socioculturales en el desarrollo de la imagen corporal, y en especial los ideales de belleza. Estos han ido variando a lo largo de las diferentes épocas, haciendo que las personas internalicemos ese ideal y lo tomemos como punto de referencia para modificar nuestro cuerpo y ajustarlo a las normas culturales, pensando que esa es la solución para sentir satisfacción con nuestro físico y conseguir ser felices. Esta idealización, a su vez, contribuye a la percepción distorsionada de nuestro cuerpo.

¿Por qué idealizamos nuestro cuerpo?

La idealización del cuerpo es una respuesta aprendida a través de la exposición a contextos socioculturales que promueven un ideal de belleza inalcanzable, generando un desajuste entre mi cuerpo real y el cuerpo ideal que deseo tener. Como hemos mencionado, esta idealización nos lleva a crear imágenes mentales futuras donde nos representamos con el cuerpo que deseamos, siendo felices y realizando acciones o conductas que ahora no hacemos por la creencia de necesitar tener un determinado cuerpo para poder mostrarlo. (“No tengo cuerpo para ir a la playa o para poner un top”).

Esta idealización está muy reforzada a nivel social, a través de comentarios y/o acciones que promueven ese ideal, como juzgar cuerpos ajenos “no normativos” o halagar cambios corporales que se acercan a ese estándar, haciendo que se reafirmen nuestras creencias y pensamientos sobre la valía de nuestro cuerpo.

Estas expectativas sociales sobre los “beneficios” que conlleva ser delgado (delgadez como sinónimo de belleza y éxito) y la importancia que se atribuye al físico, facilitan que se adopte un punto de vista donde nuestro valor como personas depende de tener un cuerpo perfecto y creer que si lo conseguimos seremos aceptamos y podremos hacer eso que deseamos. Esta creencia hace que ignoremos aspectos de nuestra apariencia que si nos gustan, incluso que no seamos capaces de capaces de valorar cualidades y habilidades en otras áreas de nuestra vida.

Las normas sociales respecto a lo que resulta atractivo (o bello o deseado) influyen en el desarrollo de pensamientos comparativos con aquellas personas que percibimos como atractivas (deseadas o bellas) y que tienen las características que deseamos. Las redes sociales son contextos que disparan estas comparaciones porque muestran imágenes idealizadas y retocadas, enfatizando la apariencia física y dejando de lado otras cualidades personales. Esto podría motivar o inspirar al desarrollo de conductas que nos lleven a esa mejora que anhelamos. Sin embargo, tiene el efecto contrario:

  • Genera frustración, ansiedad y vergüenza por no cumplir con los estándares de belleza socialmente construidos.
  • Aumenta la atención hacia nuestro cuerpo y lo que no nos gusta, empeorando nuestra percepción.
  • Refuerza nuestras creencias sobre los ideales de belleza.

Si tuvieras el cuerpo que deseas: ¿qué cosas harías?, ¿cómo te sentirías?

Evitar mirarnos en el espejo y comprarnos determinada ropa o no ir a la playa por el rechazo que nos genera nuestro cuerpo son conductas que pueden limitar nuestra día a día, haciendo que dejemos de hacer planes que disfrutamos. Por ejemplo, si yo me miro en el espejo, veo mis caderas y pienso “estoy gorda, ¿cómo voy a salir así a la calle?”, sentiré ansiedad y vergüenza y cancelaré mi plan porque no me veo bien. ¿Cómo podemos afrontar este tipo de situaciones?

  1. Exponiéndonos a las situaciones o estímulos que desencadenan malestar, realizando aproximaciones progresivas a aquello que queremos conseguir. Por ejemplo, ponerme un pareo para ir a la playa.
  2. Anticipando las consecuencias positivas de hacer esa conducta o actividad.
  3. Comprando ropa que nos resulte cómoda, con la que nos sentimos seguras/os, y se adapte a nuestro cuerpo (y no al revés).
  4. Ir acompañadas/os de personas que nos hagan sentir seguras/os.
  5. Poniendo nuestra atención fuera de nuestro cuerpo. Por ejemplo, repetir mentalmente lo que me está contando mi amiga/o.
  6. Practicando la auto-aceptación: es normal que no nos gusten todas las partes de nuestro cuerpo, pero eso no lo hace menos válido.
  7. Por último, que yo tenga un pensamiento (“estoy gorda, ¿cómo voy a salir así a la calle?”) no lo hace real: no necesitas un cuerpo perfecto para disfrutar de ese plan.

 

Conclusión

Intentar conseguir el cuerpo deseado con la finalidad de alcanzar esa felicidad que anticipamos y creyendo que así desaparecerá nuestro malestar, nos llevará a realizar conductas desadaptativas que refuerzan la creencia de que nuestro cuerpo no es válido. Nuestro ideal de belleza está condicionado por el contexto. Esto nos hace ver la importancia de crear ambientes donde haya representaciones realistas y diversas de todo tipo de cuerpos, alejados del estigma que existe hacia los cuerpos “no normativos” y donde el valor de las personas no resida en su apariencia física. Trabajar en la propia aceptación de nuestro cuerpo, poniendo el foco en aquello que podemos hacer con él en lugar de centrarnos en sus formas estéticas, nos permitirá disfrutar de las actividades que nos gustan y, en definitiva, limitarnos en menor medida el acceso a vivencias reforzantes.

Autora: Alicia Cartujo, psicóloga.

Aquí te dejamos algunas de las referencias bibliográficas utilizadas para la elaboración del artículo

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