¿Eres lo que sientes?

Nuestro lenguaje es una herramienta muy útil para describir la realidad y entenderla. Como dijo Vigotsky, «el lenguaje puede determinar el desarrollo del pensamiento«, es decir, cómo verbalizamos y expresamos ideas, opiniones y sentimientos, genera un impacto en nuestro pensamiento y cerebro (este último, recordemos que es plástico).

Este ejercicio de verbalización en voz alta es un recurso terapéutico utilizado de manera frecuente, ya sea de manera explícita o implícita durante toda la intervención.

La lectura que uno haga de su realidad (presente, pasado o futuro) va a influir de manera significativa en su estado de ánimo y en su conducta. Esta lectura de la realidad puede ser más o menos consciente: pensamientos automáticos que brotan como finas gotas de lluvia en la noche (decidimos no sacar el paraguas, pero luego nos vemos empapados); o con verbalizaciones explícitas a algunas personas de nuestro entorno. El análisis y la modificación del discurso verbal, como ya os he dicho, es una estrategia a menudo central en la terapia. A continuación, os explico un error cognitivo muy frecuente: el razonamiento emocional.

Me siento feo/a

Durante el trabajo en imagen corporal se observa la presencia de un patrón en la forma en la que se expresan las personas. Utilizan frecuentemente verbalizaciones del tipo «me siento feo/a, me siento gordo/a, me siento pequeño/a, me siento un bicho«.

Independientemente de lo que ponga en sus básculas o lo que diga su ropa, no hay prueba de realidad que sirva cuando una persona te dice que «es que yo me siento así y no lo puedo evitar«. Y, por supuesto, no podemos hacer que una persona deje de sentirse de una determinada manera por mucho que nosotros le insistamos.

El problema no está en sus sensaciones o emociones, sino en los pensamientos que las genera y en las conclusiones que extrae de ellas. El razonamiento emocional consiste en deducir conclusiones no válidas de mi experiencia a partir de sentimientos, emociones o sensaciones negativas. Como yo me siento así, deduzco que así es la realidad. Si me siento fea, será porque soy fea. Si me siento culpable, es porque tengo yo la culpa del conflicto. En nuestra mente hay una equivalencia entre sensaciones y realidad, pero nada más lejos de la realidad.

Entonces, ¿por qué me siento así?

Nuestras emociones son respuestas a dos tipos de estímulos:

  1. Externos: cualquier situación presente y real. Suelen generar emociones básicas.
  2. Internos: pensamientos y creencias. La experiencia emocional suele ser más duradera porque los bucles de pensamiento van con la persona, así que hablamos de sentimientos (más elaborados).

La experiencia emocional de la que estamos hablando procede fundamentalmente del segundo tipo de estímulos. En este caso, la persona ha ido creando un concepto de sí misma que ha llegado a creerse, generándole unas respuestas emocionales específicas.

Identificación y habituación

A lo largo de nuestra vida hemos ido construyendo esta idea o concepto que tenemos de nosotros mismos. Si hablamos de cualidades positivas o negativas para la sociedad en la que vivimos, desarrollaremos sentimientos sobre nuestra persona y nuestro cuerpo en consecuencia (con valencia más positiva o negativa).

Si siempre he pensado que soy gordo/a, y me he sentido así (inseguro/a, frustrado/a y con vergüenza), seguiré sintiéndome así con independencia de los cambios corporales que yo experimente. Hemos asociado estos sentimientos con la etiqueta de gordo, y con esta etiqueta, me identifico. Ya no sé sentirme de otra forma (¿has oído aquello de «personalidad de gordo«?), en realidad lo tenemos tan interiorizado que no concebimos sentirnos de otra manera. Nos hemos habituado a esta sensación, y creemos que forma parte de nuestra identidad.

Puede sucedernos en otras situaciones, claro. Por ejemplo, una persona está acostumbrada a sentirse culpable tras un enfrentamiento, o a sentir celos en una relación de pareja, o a sentirse nervioso.

Insisto, pensamos que si nos sentimos así, es porque la realidad será así. Si me siento culpable, será porque tendré yo la culpa. Si me siento nervioso, será porque lo que voy a hacer, saldrá mal. Si siento celos, es porque ocurre algo entre mi pareja y la otra persona. Pero las emociones no son hechos. No explican la realidad. Tus conductas, sí.

En muchas ocasiones, uno es dueño y responsable de lo que siente. Si te sientes culpable, comprueba hasta qué punto te sientes así por los pensamientos que tienes, o realmente eres responsable de la situación.

Consecuencias

A veces, no queremos cambiar nuestra forma de sentir porque tenemos miedo a que eso cambie nuestra identidad. Recurrimos a esas verbalizaciones como: «es que no es propio de mí«, «yo no me siento cómodo sintiéndome así«… No es más que un ejemplo de emofobia (es decir, miedo a sentir emociones que no pueda controlar).

Nos hemos acostumbrado a vivir con un estado emocional y unas etiquetas, que en lugar de hacernos la vida más fácil, nos está limitando y haciendo cada vez más pequeño nuestro margen de actuación: «a esos sitios yo no voy porque no me siento cómodo/a, sé que me sentiré un hipócrita si voy«.

Te aclaramos: solo te sentirás hipócrita. Hacer algo que no sueles hacer porque no compartes esos valores (un funeral católico cristiano), no te convierte hipócrita, te permite hacer una excepción a tus creencias y poder acompañar a los tuyos en un momento importante en sus vidas. Que tú te vayas a sentir así, es tu responsabilidad.

Algunas referencias

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Hoyos, M. L., Arredondo, N. H. L., & Echavarría, J. A. Z. (2007). Distorsiones cognitivas en personas con dependencia emocional. Informes psicológicos, 9(9), 55-69.

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